Estamos rodeados de símbolos, emblemas, siglas, logotipos, diseños, direcciones, números, palabras, letras, señales luminosas y sonoras. El número de la patente del auto y la fecha de hoy; la hora de la reunión y el billete de diez; cobrar el sueldo y llegar a fin de mes; tomar el tren en Once y bajar en Liniers; subir al ascensor y bajar en el cuarto. Cuando llamamos por teléfono utilizamos los números, que son signos; cuando tomamos el colectivo, utilizamos una moneda, que es un símbolo (significa un valor económico que se puede cambiar por un servicio).
Existen símbolos más complicados, más subjetivos. Hay infinidad de ejemplos de ellos en la publicidad: un automóvil nuevo puede simbolizar status económico, poder, velocidad, libertad, protección; una mujer hermosa puede simbolizar erotismo, juventud, poder, diversión.
Para expresarnos utilizamos signos y símbolos, y esto es así tanto en el mito como en el arte, el lenguaje o la ciencia. No se trata de representaciones alegóricas de la realidad, sino de representaciones que crean y establecen su propio mundo significativo.
Ningún proceso mental puede apropiarse de la realidad misma, y sólo se la puede reconstruir a través de signos y de símbolos. Es solamente por medio de las formas simbólicas que la realidad puede ser captada, y solamente a través de su propia actividad puede lograr la percepción de ésta. En este sentido, la representación simbólica es sólo un reflejo de lo existente.
Como dijimos anteriormente, lo que define a la cultura humana, e incluso a la forma humana de relacionarse con el mundo, es su capacidad de simbolización. La simbolización es el modo como el ser humano organiza y comprende la percepción que recibe del mundo a través de sus sentidos. Esta simbolización tiene carácter universal. Por medio del lenguaje simbólico humano, cada cosa tiene nombre.
Además de su aplicación universal —nos dice Cassirer—, el símbolo es también variable. Los símbolos pueden expresar una misma idea de distintas formas dentro de un idioma, y también la misma idea se expresa en forma distinta en idiomas diferentes. El símbolo permite articular el pensamiento. El significante "mesa" simboliza al objeto que se corresponde con él. Este significante puede a su vez enlazarle con otros, que también simbolizan cosas, en una frase. De este modo, podemos relacionar la mesa con la silla, con el piso en que se apoya, con la jarra que apoyamos en ella, con su cualidades, etcétera. Es decir, el lenguaje, por medio de sus símbolos de aplicación universal, nos permite pensar y comunicar nuestro pensamiento, y nuestro pensamiento puede además relacionar los símbolos de distintas maneras para expresar una misma idea.
La señal o el signo tiene un significado puntual, se refiere a algo específico. El lenguaje militar, por ejemplo, está poblado de este tipo de signos o señales, como el saludo de la venia o la mayoría de las órdenes de marcha. Es un lenguaje de signos, no de símbolos, y por lo tanto no es variable, sino fijo y esquemático y no es universal, ya que no sirve para construir pensamientos. Este lenguaje de signos tiene por función simbólica crear una relación de autoridad, que requiere un lenguaje elemental desde el punto de vista semántico.
Los símbolos, en cambio, son:
• variables: un mismo significado se puede crear por medio de distintos símbolos o combinaciones de símbolos; y
• universales: ya que sirven para referirse a cualquier significado o pensamiento, aunque éste sea de gran complejidad.
Sin embargo, muchas veces tratamos de explicar algo que supera las posibilidades del lenguaje, ya sea porque se refiere a una emoción o a un sentimiento muy intenso, difícil de transmitir; o porque se refiere a conceptos o ideas muy abstractas (el bien, el mal, el ser, Dios); o porque se refiere a una forma de percepción que se encuentra más allá del lenguaje, como sucede en las religiones orientales que tienen técnicas de meditación que detienen el diálogo interno, es decir, el acto de pensar, de simbolizar aspectos de la realidad en nuestra mente por medio del lenguaje. Y es en este punto en que se destaca una de las cualidades o de las funciones del arte.
La literatura crea o expande los límites de los signifi cados que una lengua o idioma puede expresar o construir.Y es que el pensamiento es una creación humana que se realiza por medio del lenguaje. Es por eso que el lenguaje mismo tiene, por su manera de simbolizar las cosas del mundo, un significado propio: nos permite, o nos empuja a entender a través de ciertos caminos de pensamiento y no de otros.
El desarrollo de la lengua es fundamental en la vida de una cultura, porque de ésta se derivan su idiosincrasia y sus construcciones ideológicas. Por este motivo resulta tan importante conocer el idioma para tratar de entender la forma de pensar de un pueblo perteneciendo a otro. La lengua es un sistema no sólo para expresar el pensamiento y la visión del mundo, sino también para crearlo. Por esta razón es común que las academias de la lengua, como la Real Academia Española, donde se van acuñando o legitimando los cambios idiomáticos que pasarán a formar parte de los diccionarios, suelen estar integradas por grandes escritores y lingüistas.
Las dos poesías que reproducimos a continuación nos hablan de distintos aspectos del lenguaje. La primera nos habla del remanso que produce contar con la palabra; la segunda nos habla, en cambio, de algunos de los límites del lenguaje para simbolizar ciertas cosas.
Me queda la palabra
Blas de Otero
Si he perdido la vida, el tiempo,
todo lo que tiré como un anillo al agua.
Si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre,
todo lo que era mío y resultó ser nada.
Si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los ojos para ver el rostro
puro y terrible de mi patria.
Si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Nocturno
Rafael Alberti
Lo que tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que palpita solamente la rabia
que en los tuétanos tiembla, despabilado el odio,
y en las médulas arde continua la venganza.
Las palabras entonces no sirven: son palabras.
Manifiestos, escritos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas, neblinas estampadas,
qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua.
Las palabras entonces no sirven: son palabras.
Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta,
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede, por imposible, y calla.
Las palabras entonces no sirven: son palabras.
Siento esta noche heridas de muerte,
las palabras.
Los dos poemas pertenecen a una época de gran dolor para España, la de la guerra civil, y dos poetas republicanos reflexionaban así sobre el alivio y los límites del lenguaje frente a lo vivido.
La cultura contemporánea maneja muchos lenguajes y crea significados simbólicos por medio de todos ellos. Nuestra vida cotidiana —al menos en las ciudades— está poblada de mensajes, textos e imágenes, palabra escrita , hablada o cantada. Los significados simbólicos se cruzan, se vuelven más complejos, o más sutiles, o más específicos, o más sintéticos.
A través del lenguaje se combinan los distintos estados anímicos: el humor, la ironía, el dolor, la tristeza, la bronca, la alegría, la certeza, la duda, la paciencia, la omnipotencia, la impotencia. Los ánimos y los significados se cruzan, nos enriquecen, a veces nos cansan, nos despiertan sentimientos e ideas; a veces recibimos mensajes dobles, o confusos, o contradictorios, que nos desconciertan.
Cada vez hay más información disponible. En algunos casos esto posibilita nuevas relaciones de ideas; en otros una sobrecarga o confusión. A veces produce mayor comprensión, comunicación e intercambio; otras veces mayor incertidumbre e incomunicación. El arte es, como decíamos antes, un camino para interpretar la realidad. Esto vale tanto para el artista que crea, como para el espectador que observa, recrea e interpreta.
Por su parte, la literatura enriquece el lenguaje, a la par que ensancha la capacidad de simbolización. La pintura, la música, la danza, y en ciertos aspectos el teatro y el cine, también enriquecen la capacidad de simbolizar y de transmitir significados que van directamente a nuestra percepción y a nuestra emoción pero sin utilizar las palabras, construyendo otros lenguajes. Estos lenguajes no son fáciles de traducir en palabras, tarea que intentan realizar, con mayor o menor éxito, los teóricos, los críticos y los historiadores de arte.
Los lenguajes artísticos nos brindan una forma de elaborar lo que vivimos. Esta función es muy clara en el arte de los niños, donde la vivencia y la emoción determinan la forma: por ejemplo, si una persona es muy importante para un niño, es posible que la represente dibujándola mucho más grande que a las otras personas.
Cuando los niños pintan, al igual que cuando juegan, interpretan, elaboran, representan, relacionan, interiorizan, exteriorizan, crean, eligen, modifican la realidad. Los niños desarrollan el pensamiento, el sentimiento, la percepción estética a través del juego, y permantemente descubren y experimentan el mundo al que se enfrentan —como dice Serrat— "con los ojos abiertos de par en par".
Como dijimos, los niños elaboran la experiencia vivida a través del juego. Entender y asimilar las percepciones del mundo es una necesidad, tanto biológica como psicológica. Pero, ¿qué hacen los jóvenes y los adultos con esta necesidad de entender, elaborar, armonizar, aceptar, modificar?
La respuesta es complicada, porque las elecciones son individuales. En los adultos suelen imponerse las formas lógicas y racionales. Sin embargo, también se valen de otros elementos: las religiones, los hobbies, el descanso (que les permite cambiar de ámbito, dejar la rutina, disfrutar del espacio abierto y de la be lleza del paisaje), los deportes (como protagonistas o como espectadores), las salidas con amigos, el arte: van al cine, actúan, tocan y escuchan música, pintan, concurren a museos de arte. Es decir, ven reflejadas en las manifestaciones artísticas sus experiencias personales o colectivas.
Tal vez la cultura contemporánea tiene más que nunca una gran necesidad de integración, en medio del importante predominio de la razón, del pensamiento lógico y de la economía sobre las actividades humanas. Resulta muy difícil la simbolización de los bruscos y permanentes cambios, de las contradicciones que no encuentran solución, de los serios problemas ambientales que siembran una incertidumbre sobre el futuro que viene a ocupar el lugar en la conciencia colectiva. En este marco, la función de búsqueda de armonía y ligazón que antiguamente tenía la religión, suele recaer también sobre el arte.
Todos los aspectos de la vida de una sociedad necesitan ser examinados a la luz de los lenguajes disponibles, que brindan nuevos aspectos y una visión menos parcial o esquemática, más holística de la evolución de una cultura. Como ya hemos dicho, la sociedad reconstruye todo el tiempo sus propios símbolos, y redefine sus metas. Triunfar o fracasar, tienen una significación diferente en cada momento histórico. Es fácil observar el sentido que adquieren, que se transmite desde los medios masivos de comunicación, a través de la publicidad y de los modelos que los medios proponen como ejemplos a seguir. También se modifican los valores. Por ejemplo, el criterio de belleza ha cambiado notablemente: nuestro país ha tenido una proliferación muy grande de cirugías estéticas; esto evidencia el estereotipo o modelo de belleza propuesto como la perfección a alcanzar.
Asimismo, nuestra cultura está poblada de personas que se transformaron en personajes, en símbolos de un determinado sentido, cualidad o posibilidad. Son los depositarios de las expectativas que la población carga sobre ellos. También tiene sus símbolos patrios, que se refieren por lo general a su fundación.
Podemos observar símbolos religiosos, como la cruz, las vírgenes, los santos, la estrella de David; símbolos políticos, presentes en carteles de campañas electorales o en graffitis callejeros; símbolos sexuales, personajes del espectáculo, del cine; símbolos históricos, como el Cabildo, la Casa Rosada o la Catedral.
Señales de tránsito, carteles con los nombres de las calles, precios, boletos, semáforos, las líneas blancas para cruzar en las esquinas: la ciudad está llena símbolos y signos. Carteles publicitarios, cuyas imágenes metafóricas relacionan productos comerciales con cualidades o estilos de vida. Lugares o sitios históricos, con una carga simbólica importante. De la trágica historia contemporánea, quedan como un símbolo los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo.